Wednesday, May 20, 2009

El amor...

La esencia de Dios es el amor y el camino Sufí es un camino de amor. Es muy difícil intentar describir el amor con palabras. Es como intentar describir la miel a alguien que nunca la ha probado o que ni siquiera la ha visto. Amar es ver lo bueno y lo bello en todas las cosas. Es aprender de todo, ver los regalos y la generosidad de Dios en todo. Es estar agradecidos por todas las bondades de Dios. Este es el primer paso en el camino hacia el amor de Dios: tan sólo una semilla de amor. Con el tiempo la semilla crecerá, se volverá un árbol y dará fruto. Quien pruebe de esta fruta sabrá lo que es el amor verdadero. Y será difícil para aquellos que lo han probado describir su experiencia a los que no lo han hecho. El amor es un sufrimiento especial. Quienquiera que lo atesore en su corazón conocerá el secreto. Verán que todo es Verdad, que todo conduce a la Verdad y que no existe nada excepto ella. Se verán desbordados por esta comprensión y al fin naufragarán en el mar de la Verdad.

Sea lo que sea lo que pruebes del amor, cómo lo pruebes y en qué grado, lo cierto es que será tan sólo una ínfima parte del Amor Divino. El amor entre hombre y mujer es también parte del Amor Divino. Pero, a veces, el amado se vuelve un velo entre el amante y la realización del verdadero Amor. Algún día ese velo se disolverá y, entonces, el verdadero Amado, la verdadera meta, aparecerá en toda su gloria divina.

Lo que importa es tener este sentimiento de amor en el corazón, de la forma que sea. Y también es importante ser amado. Es más fácil amar que ser el amado. Si has amado alguna vez, ciertamente llegarás al Amado algún día.

Los regalos de Al-láh a menudo nos llegan de manos de otros seres humanos, por medio de los servidores de Al-láh. De esta forma al Amor Divino también halla expresión entre los seres humanos. Los sheijs son los que poseen el vino y el derviche es el vaso. El Amor es el vino. El sheij vierte el vino hasta llenar el vaso. Este es el camino corto. El amor también nos puede ser ofrecido por otras manos, pero éste es el camino más corto. Un día uno de mis derviches me preguntó si el amor de un derviche hacia su sheij era un ejemoplo de amor mundano.
Para entender verdaderamente la relación entre el sheij y el derviche, no sólo hay que mirar a este mundo, sino también el más allá. En el Día del Juicio a cada alma se le preguntará por las buenas acciones que ha traído consigo para ganarse la admisión en el Paraíso.

En la Balanza Divina todas las buenas obras serán pesadas contra nuestros pecados y errores. Cuando tu comportamiento en la tierra haya sido medido de esta forma y veas que, como nos ocurrirá a tantos de nosotros, el resultado es insatisfactorio, te volverás hacia tu marido o esposa y les preguntarás si ellos pueden darte alguna buena acción para ayudarte en tu aprieto. Absortos en su propio juicio, dirán: "¿Y qué ocurrirá conmigo? Yo no he hecho lo bastante para merecer el Paraíso. ¿Quién me ayudará a mí?". Te volverás entonces hacia tu padre y él también dirá: "Necesito ayuda. ¿Quién me socorrerá?". Al fin le pedirás ayuda a tu madre y ésta, vencida por el asombro del Día del Juicio, también responderá: "Yo misma estoy perdida. ¿Quién me ayudará a mí?". Entonces tu sheij o uno de tus hermanos o hermanas derviches, aparecerá y te dirá: "Toma todas mis buenas obras. Para mí basta con que tú entres en el Paraíso". Entonces la Divina Compasión y la Divina Justicia intercederán. No permitiendo que tal generosidad quede sin recompensa, el sheij y el derviche serán conducidos juntos al Paraíso. Y así es como iremos, si Al-láh lo quiere: de la mano, cada uno apoyándonos en el otro. Quizás ninguno de nosotros sea lo verdaderamente digno, pero a causa de aquellos que han ido delante de nosotros y por nuestro amor mutuo, nos conduciremos los unos a los otros al Paraíso. Así que, respondiendo a la pregunta, no. El amor de un derviche por su sheij no es un ejemplo de amor mundano


Muzaffer Efendi, El amor es el vino.

Thursday, January 18, 2007

Primer artículo mio...

Este es un artículo que escribí para el Istituto Agustín Palacios Escudero de Chihuahua sobre Sufismo. Espero les guste:

Sufismo: El camino del Amor

“En el amor, no hay alto ni bajo,mala conducta ni buena,ni dirigente, ni seguidor, ni devoto,sólo hay indiferencia, tolerancia y entrega.”

Rumi

Bismillah ir-Rahman ir-Rahim
(En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso)

El Sufismo, corazón del Islam, corriente heredada a la humanidad por una cadena de transmisión mística iniciada por el mismo Profeta Muhammad (saws), busca que sus seguidores, los derviches (los pobres), hagan de su vida una vida de santidad, impregnándola en todos sus aspectos de un Amor Divino que sólo puede provenir de una fuente: Alláh.

Es por esto que el derviche, ser conciente de su cercanía a Dios, lo recuerda constantemente. Vive en eterna contemplación del Amor Infinito, sumergiéndose en un Mar de Luz. De la mano de su Sheik (Maestro) recorre la senda mística que lo conduce a esa fusión tan deseada con su Amado (De Dios venimos y a Dios volveremos, Corán 2:156).

Su recorrido inicia en Tawba, el arrepentimiento, iniciado hacia fuera, limpiando de malas acciones su conducta, buscar el consenso y la armonía. Hacia adentro, el derviche expulsa de su corazón todo deseo mundano, llenándolo de deseo de unión con lo divino.

Una vez que el derviche desea ser uno sólo con su amado, llega al estado de Safá. La paz y alegría invaden su corazón, eliminando la ansiedad que genera todo lo material a través de la alabanza continua, la illaha illa Llah (No hay más Dios que Dios) que resuena en todo el Universo.

Alcanzado este estado, se llega a un grado de santidad en el que el derviche se encuentra en completa comunión con la divinidad, wilaya el estado de conexión íntima con Alláh.

Pasando este umbral, el derviche está listo para el paso final: la aniquilación total de uno mismo para permitir la entrada total de Dios en el cuerpo y el alma. La divinidad elimina toda falsa identidad de la persona, con lo que logra convertirse en uno con la fuente primaria del amor. Este estado de vacuidad se llama fana.

Para llegar a este punto, los fieles del amor necesitan aprender que ellos son pobres, porque Alláh es el único rico y que puede proveerlo todo. Entender esto es difícil, ya que el nafs (ego) se niega a someterse a la voluntad divina para alcanzar el estado ideal de humildad que permite sumergirse en el Mar de Amor y llegar a la esencia propia, que a la vez es la esencia del Ser Último, fuente de la Verdad y la Creación.

La remembranza eterna de Alláh y sus atributos colaboran con el amante para poder cumplir con su difícil misión. Es a través de ella como pueden llegar a llenar su corazón de la bondad divina. Es en este Dhikr, que el derviche aprende a desapegarse del mundo, para que el mundo no lo posea y limite su progreso.

Tuesday, January 09, 2007

Historia acerca de la esencia del Sufismo

Bismil-lâhir Rahmânir RahîmEn el Nombre de Dios, Clemente, Misericordioso.

Hay una historia que, si es oida correctamente, es la escencia de Sufismo.

Uno de los califas de Hazrati Pir Muhammed Nureddin al Yerrahi (ks), el santo fundador de la Orden Yerrahi al Halveti, era un hombre llamado Moravi Yahya. El había estado mucho tiempo en Morea, donde abrió unas 40 tekkes, lugares de reunion de los derviches. A la edad de 110 años, regreso a Istanbul y comenzó a enseñar en una de las tekkes derviches.

Algunos de sus derviches conocían a un hombre llamado Haydar quien queria ser un derviche. Estos derviches le consultaron al sheikh si Haydar podia venir a la tekke. Finalmente, el sheikh dijo: “Permítanle venir por un tiempo y que se quede en una sala contigua, y si le gusta, déjenlo que continue asistiendo”.

Luego de varios meses, Haydar estaba nuevamente ansioso y pregunto si podía convertirse en un derviche del sheikh. Finalmente Sheikh Yahya Moravi dijo: “Traiganlo el proximo Jueves a la noche”.

El proceso de tomar mano con un sheikh es la iniciación dentro del Sufismo. Uno se sienta en sus rodillas, toma su mano y la transmision sucede. Uno se conecta, no solamente con ese sheikh, sino tambien con la entera cadena de sheikhs que va hacia atrás hasta el Profeta Muhammad (saws).

Cuando uno toma mano con el sheikh, también toma mano de la mano de la mano que sostiene la mano de Profeta Muhammad. Haydar deseaba tomar mano con el sheikh. En Jueves siguiente, sus amigos lo llevaron, y el sheikh le dijo a uno de sus murids: “Hagan que me traiga un vaso de agua”.

Sus derviches se lo llevaron a un lado, y le mostraron como sostener el vaso, como acercarse al sheikh, y como servirlo correctamente. El practico esto en el lugar donde se prepara el te hasta que sintió que estaba listo. Para llegar hasta el sheikh Haydar debía pasar por todo el cuarto donde habia cientos de personas.

Iba caminando cuidadosamente, sostiendo el vaso de agua con la palma de su mano. Despacio, iba abriéndose camino entre la multitud. Finalmente se acerco al sheikh. Se inclinó y estrechó su mano para servirle el agua al sheikh. Subitamente el sheikh, mientras hablaba, movió su mano y golpeó el vaso de agua. El agua voló por los aires. En ese momento, Haydar fue transportado al filo de un acantilado cercano a una ciudad que el jamas había visto.

Comenzó a caminar por el valle, hacia la ciudad. Cuando llegó a la ciudad, se dió cuenta de que estaba hambriento. Encontró un restaurant, entró y ordenó una comida. Cuando hubo finalizado, busco dinero entre sus bolsillos. En ese momento, el dueño del restaurant se le acercó y le preguntó: “Qué estás haciendo? Qué estás buscando?”. “Estoy buscando el dinero para pagar la comida”, dijo Haydar. “Oh, acá no se paga. En esta aldea, no se paga. Tu solo debes decir Bismillah ir-Rahman ir-Rahim”.

“Bismillah ir-Rahman ir-Rahim”, dijo Haydar, y se sintió sobresaliente. Entonces el agrego: “Este es un lugar maravilloso. No? Quiero decir que tu no tienes que pagar por la comida, solo dices Bismillah ir-Rahman ir-Rahim, y es facil”. Con esas palabras en sus labios, el decidio tomar una taza de café y luego otra. Cuando estaba por retirarse, el mozo le dijo: “Espera un momento! Con esta taza de café tu debes recitar un Fatiha”.

El Fatiha es el capítulo de apertura del Corán. Es muy corto. No muy difícil. Entonces Haydar dijo el Fatiha, continuo su camino, pensando y sintiendo que esta manera estaba muy bien... de hecho muy bien.

Mientras caminaba observó que sus ropas estaban rasgadas. Se dirigió hacia una tienda de ropa, entró, y se probo una par de ropas nuevas. El vendedor era muy atento y cortés. Cuando el estaba listo para pagar, el vendedor dijo: “No, No! En esta aldea no aceptamos nada de dinero. Estas ropas son tuyas. Tu solo debes recitar Sura Ya Sin”.

Sura Ya Sin es un capítulo muy largo. Haydar sintio que el precio era un poco mas elevado que el que pago por el café. Pero aun así era razonable. El recitó Sura Ya Sin. El cual es el Sura, o capítulo, que usualmente se recita cuando alguien muere.

El vendedor lo miró y le dijo: “Tu obviamente eres nuevo en la aldea”. Y Haydar respondio: “Si, lo soy. Llegué justamente ayer. No conozco los modos de esta aldea”. “Probablemente no tienes un lugar donde quedarte”. “No, no tengo”. El vendedor sonrio. “Tengo un pequeño cuarto en la parte alta del negocio, y tu eres bienvenido para usarlo”. Haydar le agradeció.

Esa noche, antes de retirarse, el vendedor le dijo a Haydar lo siguiente: “Ahora mira, lo único que debes hacer es cerrar la puerta antes de irte a dormir. Luego tomas esta vela, la enciendes, y la colocas en tu ventana. Las mujeres de la aldea saldran esta noche, y las velas iluminan el camino para que ellas tomen lo que necesiten”.

Haydar asi lo hizo. Y se mantuvo al lado de la ventana observando la procesion de mujeres.

Fuera de la multitud, el observó a una mujer. Y ella lo miro. Él se enamoro de ella inmediatamente. Aunque la cama era linda y confortable, él no pudo dormir. A la mañana siguiente, el vendedor lo vino a ver y pregunto: “Bien, como ha estado todo?”. Haydar sonrio: “Todo ha esta perfectamente bien. Hasta que...bien, vi a esta mujer, bien, y me enamore de ella. Cómo hago para encontrarla?”. “Eso es fácil. Esta noche toma estas dos velas. Coloca una en la ventana. Cuando veas a la mujer venir, toma la otra vela, e afuera, y se la acercas. Si ella la acepta de ti, entonces podrás arreglar un encuentro”.

Esa noche, el coloco una vela en la ventana y aguardo pacientemente que las mujeres de la aldea llegaran. Cuando lo hicieron, el buscó a su amada y corriendo bajo las escaleras con la segunda vela. Con su mano temblando y su corazon abierto se la acercó a ella. Y ella la aceptó.

Regresó a su cuarto sintiendo un gran éxtasis en su interior. Pero no sabía que debía hacer después. La mañana siguiente, el vendedor lo vino a ver y le preguntó: “Cómo te ha ido anoche?”. “No he podido caso dormir, pero ella aceptó la vela. Ahora que debo hacer?”. “Ten paciencia”.

De modo que esperó pacientemente. Tarde ese dia alguien golpea a su puerta. El escucha unas voces preguntando: “Eres tu Haydar?”. “Si”. “El juez de la aldea desea verte”. Él estaba asustado, pero tomó coraje y fue hacia el juzgado.

El juez se sento ante él y dijo: “Tengo entendido que tu deseas casarte con mi hija”. Haydar dijo: “Si. Mas aun, amaría el casarme con ella”. El juez dijo: “De acuerdo, ella te ha aceptado. Pero antes de que te cases, hay tres condiciones a las cuales debes adherir para que puedas vivir en esta aldea”. “Las tres condiciones son: Primero, no debes robar. Tu no puedes tomar nada de nadie que no te pertenezca. Segundo, tu no puedes mentir. Y tercero, no debes anhelar por ninguna otra mujer”.

Haydar lo penso un momento. Sonaban razonables las demandas. El iba a tomar por esposa a esta hermosa mujer, y el con gusto aceptó todas la condiciones.

Hubo una gran y alegre boda. El consiguió un buen empleo. Y todo marchó maravillosamente durante un largo tiempo. Entonces un día Haydar y su esposa fueron a un picnic en un valle cerca de los bosques. El regresó de una caminata comiendo una manzana que habia encontrado. “Dónde has conseguido esa manzana?”, preguntó abruptamente su esposa. “De algún lugar en el suelo”, dijo él. “Tu has robado esa manzana”, dijo ella. “Esa manzana pertenece a la persona dueña del lugar”. “Bien”, dijo él, “no estaba en un árbol. No la he arrancado de un arbol. Estaba solamente en el suelo”. “De ninguna manera”, dijo ella, “tu has tomado algo que no te pertenece. Tengo que dejarte”. Él dijo: “Mira, no he hecho nada. Sólo he cometido un error. No pense que iba a ser tan serio. Yo sólo...”. Ella tomo sus cosas y se fue.

Él se sintió con el corazón dolido. No sabía que hacer. Fue llevado ante el juez, quien le dijo: “Mira, esta es una gran falta. Nadie aquí roba nada. Tú no puedes tomar nada que no te pertenezca”. “Realmente he cometido una equivocación, por favor, perdóneme. No quiero perder a mi esposa”. El juez dijo: “Debido a que eres nuevo aquí, te perdonamos esta vez. Pero que no vuelva a suceder”.

Él se sintió alborozado de haber sido perdonado, y en consecuencia no habia tenido ningún castigo. Él regresó a su casa, y su esposa entro con él. Todo estaba en orden. Pasaron algunos años,y vivían muy felices. Entonces una mañana, alguien golpeo la puerta. Era muy temprano, y el aun estaba acostado. Su esposa abrió la puerta. Era un amigo que deseaba verlo, y ella fue al cuarto y dijo: “Tu amigo esta aquí, y desea verte”. El se dio media vuelta y dijo: “Dile que no estoy”. “Tú has mentido”, dijo ella, y sin decir nada mas, tomo sus pertenencias y se fue otra vez. Nuevamente el estaba perturbado.

Otra vez fue llevado ante el juez, quien le dijo: “Tu has pecado por segunda vez. Has ido en contra de las reglas de nuestra aldea por segunda vez. Este es un lugar donde no se acepta este tipo de conducta”. “Pero estaba cansado”, dijo Haydar. “Sólo me di media vuelta en la cama y le dije a ella que dijese que no estaba. Yo simplemente deseaba dormir una hora mas”. “Si, pero tu debes entender que eso fue una mentira”, dijo el juez. “En esta oportunidad, no podemos perdonarte tan fácilmente”. Haydar fue castigado, pero se le permitió permanecer en la aldea. Él fue advertido de que no podía cometer mas errores.

El tiempo pasó y ellos continuaron viviendo muy felices. Su esposa había regresado con él. Y lentamente fueron envejeciendo juntos. Muchos años habían pasado. Su esposa habia perdido mucha de su belleza juvenil, y ello lo había vuelto infeliz a él. Y él habia hecho un habito de caminar por el río. Ocasionalmente el miró a través de los árboles y vió a unas jovencitas bañándose en el río. Un día alguien lo vió. Le dijeron a su esposa y una vez mas ella lo dejo. Y una vez mas fue llevado ante el juez.

Esta vez el juez dijo: “Ahora tu has anhelado a alguien mas. Has fallado en reconocer la belleza de tu esposa. Tu has ido a buscar belleza femenina a otro lado. Tú has quebrantado los tres principios de como vivimos en esta aldea. Tú debes desaparecer. No hay mas perdón para ti”.
Fue llevado por dos fornidos hombres y arrastrado hasta la cima de la montaña...al mismo filo del acantilado donde muchos años antes el había llegado. Ambos lo tomaron cada uno de sus brazos y piernas y comenzaron a balancearlo adelante y atrás. Con un solo movimiento arrollador lo arrojaron fuera de la aldea. Así fue como lo dejaron ir y el sintiendose volando por el aire, hasta que por un momento se encontró asi mismo frente el sheikh, y el pudo ver el agua saliendo fuera del vaso.

El sheikh lo miro y dijo: “Cuan bueno puede ser un derviche cuando ni siquiera le puede servir bien a su sheikh un vaso de agua?”

Es una historia para reflexionar.

Un hadith nos relata que un hombre llego a la presencia del Profeta (saws) y pregunto: “O mi Profeta, dame un consejo que pueda servirme para el resto de mi vida”. El Profeta (saws) sacó y se agarró su lengua. El dijo: “Observa tu lengua. Esto será tu salvación y tu confort en este mundo”. Asi es como Allah ha colocado nuestras palabras en la boca que las ha aprisionado a través de filas de dientes, duros dientes que la mantienen cerrada. Y labios que sellan la boca. Las palabras no deben salir de tu boca tan rapidamente como a veces sucede.

Monday, December 04, 2006

El tercer Pilar del Islam...

“Bien, has mantenido el ayuno y has aprendido lo que significa pasar hambre. ¡Ahora deja tu fuego apagado durante un día y averigua cómo es para aquellos que no pueden calentar su hogar! No uses zapatos un día; ¡camina descalzo por la nieve y el hielo para averiguar cómo es para aquellos que siempre van descalzos por el barro y el lodo! ¡Deja tus ventanas abiertas un día y comprende lo que es vivir en una casa sin ellas! ¡Sal a la calle sin tu abrigo algún frío día de invierno, sólo para saber cómo es para aquellos que no tienen ningún abrigo! En tanto tengas la panza llena, no sabrás nada sobre la condición de los hambrientos; en tanto tu propia casa esté caliente, no entenderás las acciones de aquellos que viven sin calor; en tanto tus propios pies estén bien calzados, en tanto tengas gruesas ropas y un abrigo para usar, no tendrás la menor idea del estado de aquellos que van descalzos y desnudos.

Satisface al hambriento, para que el Paraíso pueda amarte. Viste al desnudo, para que no estés tú desnudo en el próximo día de la Resurrección, cuando todos los demás estén desnudos. Toma consciencia de la condición de todos esos indigentes y huérfanos, porque tu propia esposa puede llegar a convertirse en una indigente y tus propios hijos en huérfanos. La rueda del destino gira. Ninguno de nosotros sabe lo que sucederá; qué gran riqueza puede estar condenada a la extinción o cuántos, ahora despreciados, pueden llegar a elevarse a las alturas de la dignidad y el honor.

Si dos huéspedes llegaran a la casa de un creyente, siendo uno de ellos un no-Musulmán, este último debe ser honrado primero. Como hermano tuyo en la religión, el que es un creyente ya está en su casa. Tu bondad puede disponer el corazón del no-Musulmán hacia el Islam. Haz el bien y evita el mal. Recuerda el proverbio: "Haz una buena acción, luego arrójala al mar. Si los peces no la reconocen, el Creador sí lo hace". Como dijo nuestro Maestro en una noble Tradición:

"Ten misericordia con aquellos que están en la tierra y contigo tendrá misericordia Aquél que está en el Cielo".


Sheik Muzaffer Efendi al Yerráji (citado en http://www.webislam.com/?idt=6297)

Monday, November 13, 2006

La Sumisión (Taslim)

Como todo sufí sabe, la esencia del Sufismo es la sumisión (Taslim), o abandonarse, entregarse a la voluntad de Dios. Pero como transitar por la senda sufí es cosa del corazón, no de la mente, habían pasado diez años cuando empecé a comprender en mi corazón la naturaleza de la sumisión (Taslim).

“Bueno, ¿quieres hacer un viaje conmigo?”

Al oír las palabras del Maestro, di un brinco desde el suelo soltando mi manta y tratando de conseguir una apariencia presentable. Llevaba tres meses viviendo en el Janaqah, durmiendo en un duro y frío suelo de piedra, cubierto de alfombras persas de quinientos años, rodeado de paredes cubiertas hasta el techo de libros sufíes; la habitación donde yo vivía era una combinación de lugar de venta para los libros publicados por la Orden y de sitio donde se reunía la asamblea y también donde los sufíes meditaban, bebían té y hablaban; por tanto, lo menos parecido a algo privado.

Durante los tres meses que llevaba en Teherán, había salido del Janaqah muy pocas veces, casi siempre para ir al baño público a darme una ducha. Pasaba los días sentado en el suelo, leyendo poesía sufí, redactando la traducción de los escritos del Maestro, hablando con los sufíes que visitaban el Janaqah, bebiendo té, tomando comida casera persa, meditando.

Algunas noches cuando no podía dormir, salía al exterior y paseaba por un sendero que discurría alrededor de tres grandes albercas enlosadas en azul y a las que rodeaban intrincados jardines llenos de flores y verdor.

Por supuesto no había agua caliente y el agua fría estaba fuera. Las facilidades para el aseo, que básicamente consistían en dos profundos agujeros situados en un cobertizo, no eran como para adaptarse fácilmente, pero, a pesar de todo, en general la vida no era incómoda. Tenía un horario flexible de 9 a 5. No tenía que limpiar, ni guisar, ni debía ocuparme de los múltiples problemas del día a día.

Lo mejor de todo era que el Maestro estaba allí. La primera tarde estuvimos regando y preparando un lugar donde el maestro pudiera recibir a los visitantes que venían a pedirle consejo y favores, o simplemente a hablar con él. Durante el día el Maestro se instalaba en la habitación donde yo vivía ocupándose de los asuntos del Janaqah o de alguno de los libros que escribía constantemente.

Siempre que surgía la oportunidad intentaba que el Maestro me hablara sobre el Sufismo. Él me seguía el juego algunas veces, otras no. Me acuerdo de una vez en que con mi imperfecto persa le pregunté si Bayazid era un khaili bozorg (muy grande) sufí. Me contestó: “En el Sufismo la grandeza reside en el que se hace pequeño, no grande. Bayazid estaba lo más cerca que se puede estar del cero”. Otra vez le pregunté sobre la diferencia entre Fanā (aniquilación de sí mismo en Dios) y baqā (subsistencia en Dios). Me replicó: “Es como la gota y el océano. Cuando la gota alcanza el océano ese momento es Fanā. Entonces la gota se convierte en océano y eso es baqā. La gota desaparece: Fanā. Es océano: baqā”.



“¿Entonces Fanā debe conducir siempre a baqā?”. Pregunté. “No”, dijo, cogiendo una caja de cerillas. “Fanā es baqā”. Señaló hacia un lado de la caja. “Fanā”, dijo. Con una sonrisa giró la caja y señaló hacia el otro lado, diciendo “baqā”. Me quedé allí sentado intentando entender su respuesta mientras él volvía a trabajar en sus papeles. Un momento después me miró de arriba abajo y me dijo: “Tienes que ir tras de Fanā no de baqā”. “¿Por qué?” pregunté. “Porque de otro modo sería como si fueras al bazar a convertirte en comerciante”.



Un día me preguntó cuánto tiempo quería estar en Teherán. Ahora, diez años después sé cuál es la respuesta correcta, pero entonces contesté sin dudar: “hasta que esté curado de la enfermedad del nafs (el ego) ”. El Maestro rió: “¿No crees que incluso esta purificación del nafs es un deseo del nafs?. Vive en el recuerdo de Dios y no te preocupes de otra cosa”.

A veces el Maestro visitaba otros Janaqahes pero yo no solía ir con él. Así que cuando aquella mañana me preguntó si quería acompañarle en su viaje, salté de alegría considerando mi suerte: “Hatman (por supuesto)”, le contesté. El Maestro estaba ya en la puerta con un gorro ruso de piel y un amplio abrigo. Solamente destacaba su silueta a la luz del atardecer.

“Bien.... salimos en cinco minutos”
Me di cuenta de que no había tiempo de coger nada. Ni ropa, ni libros, ni siquiera el cepillo de dientes. Sólo tenía tiempo de vestirme y coger el abrigo. Cuando estaba en la puerta, atándome los zapatos, llegó un sufí que casualmente hablaba inglés. Le susurré una pregunta:“¿Sabes a dónde va el Maestro?”, “Claro, va a Karaŷ. ¿Por qué?, ¿vas tú también?” Asentí. El sufí meneó la cabeza, haciendo un chasquido con su lengua. “¿Qué es lo que pasa?”,“Tú mismo lo descubrirás”.



Tenía razón. Lo descubrí.

Karaŷ es una pequeña ciudad a unas treinta millas de Teherán. El Maestro estaba construyendo un Janaqah en una montaña, desde la que se dominaba la ciudad. Era un lugar muy bello. Por la noche la ciudad se convertía en un conjunto de luces que se extendían brillando en todas direcciones hasta donde abarcaba la vista. El único inconveniente era la propia piedra que constituía la montaña. La piedra más dura que yo hubiera visto nunca. Y las herramientas que se usaban eran en su mayor parte las mismas que se podían ver en las miniaturas persas anteriores al siglo XIV. No se podía imaginar un trabajo más agotador. Aunque cada sufí deseaba acompañar al Maestro en sus viajes, muy pocos se ofrecían una segunda vez para ir a trabajar a Karaŷ.

Un día cualquiera comenzaba a las cinco o seis de la mañana, antes de la salida del Sol, con oraciones y un desayuno que consistía en té, queso y pan. Hacia las siete ya estábamos trabajando: mezclando cemento, acarreando piedras o haciendo ladrillos y cribando arena para el hormigón, cuando estábamos demasiado cansados para otra cosa. A mediodía parábamos para comer y hacer un pequeño descanso pero a las dos el trabajo continuaba. No es que alguien te obligara a trabajar. Sería violento quedarse dentro, sentado en una mullida alfombra, bebiendo té y escuchando música sufí, mientras los otros sufíes están fuera sudando. Así que había que salir fuera cada día a trabajar, sin que importara que estuvieras deseando quedarte dentro y dormir.

El trabajo terminaba a la puesta del Sol, pero teniendo en cuenta que el sol se ponía alrededor de las nueve, los días eran interminables. Así día tras día. Cada día igual al anterior. El único escape era dormir, aunque el sueño nunca duraba bastante.

El día siguiente al de mi llegada con el Maestro, algo ocurrió con la presión del agua y de repente no teníamos agua disponible, excepto un pequeño depósito en el exterior, junto a la puerta del Janaqah. No había agua para ducharse, ni para fregar, cocinar o la ablución (wodhu) ... fuera de aquel depósito. Y para acentuar lo absurdo de la situación, el gran depósito de agua que abastecía a toda la ciudad estaba precisamente sobre nosotros en la montaña. Podíamos verlo a todas horas mientras trabajábamos en los montones de piedra alrededor del Janaqah. Después de catorce horas de trabajo estábamos cubiertos de hormigón, empapados en sudor y llenos de polvo. La ropa estaba sucia, los mismo que las manos, la cara y el pelo, pero no había posibilidad de lavarse. En la precipitación de la salida no había cogido ropa de repuesto, así que no podía librarme de la porquería que llevaba encima. El único consuelo era pensar que el Maestro se iría pronto porque no solía quedarse durante mucho tiempo en un Janaqah.

Como yo me figuraba el Maestro decidió volver a Teherán al día siguiente. Pero para mi desesperación descubrí que yo no volvía con él. Había empleado la mañana ayudando a algunos sufíes a trasladar piedras para construir una pared y por la tarde tres de ellos y yo habíamos trabajado transportando carretillas y carretillas de escombros para reforzar la pared. Alrededor de las tres, apareció el Maestro con su gorro ruso y su gran abrigo diciendo que se iba a Teherán. Nos dijo que siguiéramos trabajando pero que lo hiciéramos “lentamente, lentamente” para que no acabar agotados.

Inútil decir que me encontraba hundido. No solamente porque el Maestro volviera a Teherán sin mí, sino por la idea de trabajar hasta la puesta de sol. Faltaban por lo menos seis horas y yo estaba ya achicharrado, sucio, exhausto y exasperado. Mientras veía el coche del Maestro bajando por el serpenteante camino que le conducía a la carretera principal, empecé a encontrarme mal. Mis manos estaban ya cubiertas de ampollas y me dolían los músculos del cuello y de la espalda. Pensé que no aguantaría otras seis horas. Me volví hacia los otros sufíes.

“¿Qué os parecería si me tomara un descanso de un par de horas?”. “Yo diría que no -dijo uno- El Maestro nos ha dicho que sigamos trabajando hasta la puesta del Sol”.

“¡Oh, una pausa!”, me dije a mí mismo. Pero seguí trabajando puesto que todos lo hacían. Silenciosamente, sin embargo, maldije a los otros sufíes, maldije Karaŷ y el barro y la falta de agua. No maldije al Maestro, me detuve justo a tiempo. Una hora después estaba tan enfadado con todo que decidí tomarme un respiro pese a lo que los otros sufíes pudieran decir. Salí como un rayo hacia la cocina a buscar una fruta, un guiso, un vaso de agua, un té, algo. Lo que fuera para romper la monotonía, la tensión, la inexorable presión de Karaŷ.

Cuando me fui a la cocina estaba completamente furioso. Estaba tan harto de todo que no creía poder aguantar mucho más, incluso comer y dormir habían perdido para mí su atractivo. Me senté en las escaleras, a la salida de la cocina, al lado de la habitación del Maestro y soñé con estar de vuelta en Teherán con su agua corriente y sus baños públicos con duchas calientes. Dos años antes, cuando visité el Janaqah de Teherán no hubiera sido capaz de admitir la posibilidad de vivir allí. Ahora me parecía el Paraíso.

Mientras estaba allí sentado lamentando mi triste situación y deseando estar en cualquier sitio menos en Karaŷ, salió de la cocina una de las pocas sufíes americanas que había allí y vino hacia mí. Había vivido en Shiraz algunos años con uno de los Sheijs de la Orden y ahora trabajaba con el Maestro.

“¿Qué sucede?”. Se sentó a mi lado en las escaleras. “Es terrible. No puedo continuar así mucho tiempo. No soy capaz de aguantar. Tengo que regresar” “¿A Teherán”, “no, a casa, a América. No puedo luchar con esto. El trabajo, el barro, sin agua, sin ropa. Ni siquiera me he cambiado de ropa interior en tres días ni me he cepillado los dientes. Odio este lugar. Verdaderamente lo odio”.

“Pobrecillo. ¡Qué dura es la vida!”. Yo no estaba de humor para sarcasmos y me dispuse a decir algo desagradable pero me detuve en el último momento. Ella continuó: “Ya sabes, nosotros apuntamos demasiado alto [nos sentimos importantes]. Somos iniciados y queremos alcanzar un elevado estado espiritual. Pedimos ser probados por el Maestro para demostrar qué grandes sufíes somos. Pero siempre dentro de nuestros límites porque la primera vez que somos verdaderamente probados empezamos a lloriquear y a compadecernos. Y tratamos de escapar como niños pequeños”.

Me hizo una mueca y trató de reprimir la risa. Su pequeño discurso debiera haberme enojado pero no ocurrió así. En cambio me sentí ridículo y pequeño. Ella tenía razón, por supuesto. Recordé una noche, un mes antes en el Janaqah de Teherán. Estaba sentado fuera, en unas escaleras parecidas a estas donde ahora me sentaba, suspirando por tener la suerte de poder demostrar al Maestro lo rápidamente que había avanzado. Ahora veía que había estado caminando sin moverme del sitio. Era todo tan disparatado que yo tampoco pude contener la risa. Pronto estuvimos los dos riendo a carcajadas.

Uno de los otros sufíes debió de oír las risas y vino a ver qué pasaba. Se lo dije lo mejor que pude. Cuando terminé él asintió y dijo: “Vamos hacia el Camino declarando: La elāha ella’llāh” (no hay más Dios que Dios). Pero a la primera dificultad o fatiga o si las cosas no suceden exactamente como queremos nuestros actos declaran: La elāha, La elāha, La elāha y el ella’llāh se lo lleva el viento”.

Todos empezamos a reír entonces. Finalmente me levanté. “Bien, supongo que es mejor volver a trabajar, quedan todavía unas horas de luz”.

Aquella noche, en el suelo del Janaqah tratando de dormir me di cuenta de que realmente estaba empezando a gustarme la suciedad, y el no poder ducharme, afeitarme ni lavarme.

La mañana siguiente, mientras cribaba arena para el hormigón, vi el coche del Maestro que subía el camino del Janaqah. Después de cambiarse de ropa, el Maestro me llamó a su habitación:

“Bueno, ¿qué piensas de Karaŷ?”.

“Es un lugar muy bello”. Quitando el horrible trabajo, era un bello lugar.

“Entonces, ¿quieres seguir aquí o quizás prefieres volver a Teherán?”

“Lo que usted decida”. Yo sabía que era la respuesta correcta aunque por supuesto no fuera la verdad. Admitir esto ante mí mismo, sin embargo, hubiera sido admitir que había mentido al Maestro. Y como un buen sufí yo no le mentiría.

“Pienso que seguramente te gusta más Teherán. Aquí en Karaŷ todo está sucio y a ti no te gusta la suciedad”

“Estoy aprendiendo a que me guste”.

“No, eso no está bien”. Hizo una pausa y me miró fijamente. “La sumisión (Taslim jub-e)”. Se levantó y salió de la habitación. La sumisión (Taslim jub-e) es lo correcto. Abandonarse es bueno.

Supe al instante en mi mente lo que esto significaba pero si lo hubiera comprendido en el corazón, me habría enterado de que aprender a “que me guste lo sucio” no es la meta. No era cuestión de que me guste o no me guste la suciedad. De que me guste Teherán o no me guste Karaŷ. Se trata de aceptar lo que sucede en el momento y estar contento porque es lo que Dios quiere. Sea suciedad o limpieza. Teherán o Karaŷ. Por eso es por lo que los sufíes no piden nada. Pedir algo es poner el propio deseo sobre el deseo de Dios. Es cuestionar la sabiduría de Dios. “Muchas plegarias son pérdida y destrucción” escribe Rumi en el Masnawi , “y Dios en su benevolencia las ignora”.

Los seres humanos dan gracias a Dios cuando les suceden cosas “buenas”. Los sufíes también lo hacen. Pero los sufíes dan gracias a Dios por las cosas malas tanto como por las cosas buenas. Un sufí está agradecido en cada momento porque cada momento es un don de Dios y el sufí es el hijo del momento.

Esto es abandonarse a la voluntad de Dios. “Si en cada momento pudieras aceptar lo que sucede -dijo el Maestro- estarías por fin en la Senda”.

Jeffrey Rothschild en la Revista Sufí #2

Friday, May 05, 2006

El Tiempo...

“...el tiempo puro, tal como lo revela un análisis más profundo de nuestra experiencia consciente, no es una cadena de instantes separados e irreversibles, sino un todo orgánico en el cual no se deja atrás el pasado, sino que se mueve y opera en el presente y en el presente. El futuro no se le da como algo que está delante y que aún debe de atravesarse; se le da únicamente en el sentido de que está presente en su naturaleza a manera de posibilidad abierta. El tiempo considerado como un todo orgánico es lo que el Corán describe como tagdir o destino, término muy malinterpretado dentro y fuera del Islam. El destino es el tiempo considerado como anterior al descubrimiento de sus posibilidades. Es el tiempo libre de la red de la secuencia causal (el carácter diagramático que le impone el entendimiento lógico). En una palabra, es el tiempo que se siente, no el que se piensa y se calcula. Si me preguntan porque el emperador Humayun y el Sha Tahmasp de Persia fueron contemporáneos, no podría dar una explicación causal. Lo único que podría responder es que es tal la naturaleza de la Realidad que, entre las infinitas posibilidades del devenir, las dos posibilidades conocidas como la vida del emperador Humayun y del Sha Tahsmap debían realizarse juntas. El tiempo considerado como destino forma la esencia misma de las cosas. El Corán dice: “Dios creó todas las cosas, y a cada una le asignó su destino”. Así, el destino de una cosa no es un hado implacable que actúa desde fuera como un capataz; es el alcance interior de una cosa, sus posibilidades realizables que se encuentran en las profundidades de su naturaleza y que se actualizan serialmente a sí mismas sin ninguna sensación de compulsión externa. Por, ello, la integridad orgánica de la duración no significa que hechos completos yazgan, por así decirlo, en el vientre de la Realidad, y que caigan uno a uno como los granos de un reloj de arena. Si el tiempo es real y no una mera repetición de momentos homogéneos que convierte en engaño la experiencia consciente, entonces cada momento en la vida de la Realidad es original, y da a la luz lo absolutamente novedoso e impredecible. “Siempre está ocupado en algo” dice el Corán (55:29). Existir en el tiempo real no significa estar sujeto por los grilletes del tiempo serial, significa crearlo de instante en instante y ser absolutamente libre y original en la creación.. De hecho, toda actividad creativa es una actividad libre...”

La reconstrucción del pensamiento religioso en el Islam de Alamah Muhammad Iqbal

Saturday, April 22, 2006

Sábanas de seda...

Ibrahim Ad’ham también tenía sus consideraciones; quería ser un derviche, consagrar su vida a encontrarse a sí mismo y a Dios pero tenía que renunciar a muchas cosas, entre ellas un reino y la posición de sultán.

La invitación estaba allí: Dios estaba preguntando por él. Pero él ni estaba preparado para decir: "Aquí estoy, Señor". Pues esto es todo lo que hay que decir: "Aquí estoy; ante Ti, a tus órdenes".

El recuerdo de Allah (dhikr) es uno de los fundamentos de las práctica sufíes. Recordar es simplemente decir: "Aquí estoy. Yo soy". En aquel momento Ibrahim Ad’ham era aún incapaz de recordar. Pero Dios le llamaba.

Una noche, cuando el sultán estaba durmiendo en su cama de plumas, cubierto con sábanas de seda y las más finas mantas, surgió en su corazón un sentimiento: "Debo irme; tengo que dejar todo esto; tengo que hacerlo".

De pronto se oyeron ruidos extraños en el tejado del palacio. Abriendo la ventana, Ad’ham gritó:

"¿Quién está ahí arriba? ¿Qué estáis haciendo ahí?".

Una voz respondió: "Estamos arando el campo".

"Pero, ¿qué respuesta es esa? ¿Cómo vais a arar un campo en el tejado del palacio?, dijo el sultán".

De nuevo se escuchó la voz:

"Bueno, si crees que puedes encontrar a Dios en la cama, debajo de tus sábanas de seda, ¿por qué no vamos a poder arar sobre el tejado del palacio?".